ARIEL JEREZ, CAROLINA BESANA Y PABLO IGLESIAS
Los analistas sociales preocupados por el orden democrático, siempre conflictivo e inacabado, cada vez somos más conscientes –y estamos cada vez más preocupados– por la salud de nuestra esfera pública. Dentro de los diversos operadores que la gestionan, los medios de comunicación, en su inmensa mayoría, juegan un papel políticamente conservador, más grave en el caso español, donde la reflexión sobre la independencia del llamado cuarto poder que iluminó la modernidad
occidental estuvo limitada por nuestro pasado autoritario, que va más allá del franquismo.
Los cierres y exclusiones que los medios operan en la esfera pública están en la base de la derechización de nuestras coordenadas ideológicas. Gracias a su capacidad de monopolizar agendas, en los últimos 30 años de democracia española hemos sido extenuados con millones de páginas y horas de información dedicadas al terrorismo y al nacionalismo, pero hemos contado con poca y mala información para pensar y deliberar sobre la calidad de las políticas sociales; sobre los límites de nuestra convivencia intercultural (tanto con los inmigrantes como entre las diversos sentimientos nacionales peninsulares); sobre un sistema electoral antipluralista o el modelo económico (con el que es imposible afrontar la crisis actual). Son los movimientos sociales, verdaderos publicistas de los intereses y de los actores de la sociedad organizada desde abajo, el motor que dinamiza su apertura, al tiempo que buscan vetar comportamientos ventajistas antidemocráticos.
Un interesante caso reciente lo hemos vuelto a tener con Rosa Díez (diputada de UPyD), que volvía a intentar arrancar su periplo electoral en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Convencida de tener garantizado el espectáculo idóneo para una organización oportunista como la suya, esta vez, sin embargo, los estudiantes le han dado una interesante lección democrática. El abucheo de febrero de 2008, instrumentalizado mediáticamente, le sirvió a Díez para ganar presencia en la esfera pública y, obvio, para conseguir un buen resultado electoral en Madrid (aparece casi como un momento fundacional en su artículo en Wikipedia). Varios profesores colaboraron en su estrategia de criminalización de la protesta –en prensa recibieron calificativos como filoterroristas, representantes del “fascismo rojo”– y se pidió mano dura con castigos ejemplares para cortar potenciales “efectos imitación”. La clave de su estrategia: conseguir la imagen bifronte de víctima de los “violentos” y heroína de la libertad
de expresión.
Curiosamente, los mayores aliados de la “progresista” Díez son Pedro J. Ramírez y F. Jiménez Losantos, que con Aznar fueron los articuladores del proyecto político neocon en España. Conviene recordar que en las coordenadas ideológicas de nuestra cultura política, estos señores logran presentarse en España como moderados y ponderados gestores del centro político. Al tiempo que actualizan, en clave españolista, la constelación de valores que desplegó el nacional catolicismo, hegemónico durante nuestra triste Historia contemporánea: unidad de España en peligro frente al separatismo; el espíritu de cruzada de un catolicismo pretendidamente mayoritario siempre amenazado por un laicismo que desafía su monopolio de interpretación del sentido de la vida española (biológica, social, cultural); la violencia autoritaria de la mano dura contra la disidencia, que tiene un trágico hilo conductor que conecta hogueras inquisitoriales, juicios sumarísimos de la Guerra Civil y del franquismo y la actual estigmatización del diálogo como mecanismo para resolver el conflicto vasco.
Sin embargo, esta vez su oportunista estrategia victimista fue desbaratada por el movimiento de estudiantes radicales, que la dejaron sin su foto para abrir portadas, telediarios y tertulias, con unos segundos de abucheos y empujones entre estudiantes, guardaespaldas y policías. Anunciaron, en cambio, una reversiva “Concentración españolista” de bienvenida a Díez –con lemas del tipo “España una grande y libre: Rosa Presidenta” “Otegui no me engaña, Vascongadas es España”, “España una y no cincuenta y una”, “más, más, más policía”, “español sí, dialectos no”–,
a la que irían disfrazados de curas, guardias civiles a lo Tejero, señoras bien y pijos engominados.
Al mismo tiempo invitaban a acudir al acto con gafas de sol al estilo Caiga quien caiga, como símbolo de rechazo pacífico (e irónico) a su estrategia oportunista, así como a formular preguntas inteligentes e incómodas durante la conferencia. Bastó que los estudiantes anunciaran esto para que UPyD diera marcha atrás y cancelara el acto, renunciando a debatir su programa.
Evidentemente el problema no es de libertad de expresión. Nuestros colegas (de pasado izquierdista casi todos ellos y que ahora se distancian de prácticas que utilizaron y justificaron en su juventud) deberían reconocerles a los estudiantes el mérito de este dispositivo simbólico de control democrático no institucional. Muchos de estos viejos profesores que “hicieron la transición” se muestran hoy incapaces de ver la democracia más allá de las cifras agregadas por las urnas, los estudios de audiencias y los sondeos de mercado, olvidando que, para que la democracia no sea un mero y frío procedimiento, tiene que asumir la radicalidad crítica del conflicto.
Esta nueva generación de estudiantes politizados se ha formado al calor de la explosión de las TIC y de las nuevas formas de protesta que los movimientos globales pusieron sobre el tapete político-mediático hace diez años en Seattle. Saben mejor que nadie que es necesario pinchar la burbuja especulativa del espectáculo político.
Ariel Jerez, Carolina Besana y Pablo Iglesias son Profesores de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid
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